¿Se puede mejorar al ser humano?
Un hombre que busca acercarse a su Dios e imitarlo, encuentra una transformación liberadora que lo hace crecer y mejorar como persona.
Las ideas tienen consecuencias. Creer que el ser humano es el producto de mutaciones aleatorias que ocurrieron a lo largo de millones de años necesariamente provoca la expectativa de que la evolución debería ser un proceso interminable y que siempre tiende hacia el mejoramiento de las especies. Si toda la vida que hoy conocemos comenzó en un organismo unicelular y ha alcanzado tan impresionante complejidad, entonces, sería lógico pensar que la evolución continuará y el ser humano será cada vez más sofisticado y habilidoso. Siendo así, la fusión del ser humano con la tecnología, tal y como lo propone el transhumanismo, es solo una utilización de recursos tecnológicos para acelerar un proceso que de todas maneras ocurriría. Esta conclusión, además, reviste de una apreciación moral positiva; si de todas formas esa evolución que redunda en un mejoramiento del ser humano va a ocurrir, no debe haber ninguna dificultad moral en "darle una manita" al proceso solo para acelerarlo y no para modificarlo en ninguna manera.
El transhumanismo aspira a la creación de un superhombre que sea superlongevo, superinteligente y que viva en un estado de bienestar absoluto. El sueño transhumanista consiste en derrotar el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, tener la capacidad de procesamiento de información de una sofisticada computadora y vivir en un estado de felicidad total.
Eso no suena mal, pero ¿acaso es posible? Si, contrario a creer en la teoría de la evolución, piensas que el hombre es el resultado de un ser supremo, creador, inteligente y moral - tal y como está revelado en la Biblia - entonces te darás cuenta de que el hombre fue creado perfecto; semejante a su Creador. Ese Dios Creador le compartió sus atributos, le revistió de dignidad y le dio libertad. En el ejercicio de esa libertad, el hombre escogió desobedecer el único mandamiento que le fue impuesto y enfrentó las consecuencias de su error.
Desde el momento de la caída, la realidad del hombre no ha sido la superación - con respecto a su condición original - sino la degradación. La imperfección y el deterioro que los seres humanos experimentan no se resuelven integrándolo a la tecnología porque no es un defecto técnico. La corrupción natural que el hombre experimenta solo encuentra solución cuando el hombre toma el camino de regreso a su Creador.
En palabras de Miklos Luckacs: “las revoluciones no cambian cosas, las destruyen, y la principal revolución del siglo 21 no es política ni económica sino antropológica. Ni hombres ni personas sino ‘neo entes’- seres indiferenciados reales o imaginarios – creados a imagen y semejanza del Homo deus, no de Dios”.
Un hombre que busca acercarse a su Dios e imitarlo, encuentra una transformación liberadora que lo hace crecer y mejorar como persona. Esa transformación le permite sentir satisfacción y agrado por lo que es aunque eso que se es esté lejos de la perfección. Esa transformación le permite aspirar al mejoramiento y crecer en su carácter personal, entiéndase, físico, psicológico, moral y espiritual, pero también le permite reconocer que ese crecimiento tiene sus limitaciones en este mundo y que solo verá su culminación cuando trascendamos a él. Esa transformación verá su punto culminante cuando estemos finalmente en Su presencia como lo explica el apóstol Juan: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 1:2).


La obsesión del transhumanismo es mejorar al ser humano, elevarlo a un nivel y a una esencia superior. Inevitablemente, este empeño nace de una profunda frustración y descontento con lo que el ser humano es.